“Isabel Behncke: “El pánico al contagio, a lo infeccioso, es uno de nuestros miedos más atávicos” [La Tercera]

“Isabel Behncke: “El pánico al contagio, a lo infeccioso, es uno de nuestros miedos más atávicos”

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La primatóloga chilena, eminente por sus investigaciones en el Congo acerca del comportamiento social de los bonobos, afirma que la biología evolutiva puede ayudarnos a comprender tanto las causas de la pandemia como la manera en que reaccionamos a ella. Doctorada en Oxford y hoy miembro del Centro de Investigación de la Complejidad Social de la UDD, Behncke propone enfrentar la crisis con “ojo de ecólogo”. Nos serviría para pensar mejor -y moralizar menos- sobre los sacrificios que debemos elegir para mitigar distintas fuentes de sufrimiento.

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La discusión actual sobre las zoonosis −las enfermedades que pasan de animales a humanos−, y que si el virus provino de un murciélago o de un pangolín, y que no puede haber mercados de fauna silvestre como el de Wuhan, tiene que ver con advertencias que se venían haciendo hace rato sobre el consumo de biodiversidad y la salud de los ecosistemas. Y si seguimos destruyendo los hábitats naturales, hay muchos animales más para futuras zoonosis. Esta pandemia, ciertamente, no va a ser la última.

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La cuenta gigantesca que vamos a pagar ahora es el precio de no entender cómo funcionan esas barreras. Quizás porque ya no nos sentíamos parte de la red de la vida que compartimos con otros seres. Como dice Harari en el título de su libro, nos veíamos pasando de animales a dioses. Ya estábamos pensando en Marte, nos íbamos de acá. De algún modo, perdimos el respeto por nuestra casa. Y ha sido muy impresionante que un simple virus nos devuelva a la naturaleza en tan pocas semanas. Gastamos trillones de dólares en sistemas de defensa y nos tiene de rodillas una hebra de ARN.

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Es que ahí hay una ironía profundísima: el virus nos obliga a ir en contra de lo que somos para poder protegernos de él. En ese sentido, uno podría decir que este es un virus brillante. A mí me tocó vivir en el Congo lo del ébola, que era mucho más mortífero, pero no tan contagioso, por su método de transmisión. El Covid-19, al matar poco y no tan rápido, se aprovecha muy bien de nuestro comportamiento social. Es como si dijera: “Yo sé que estos animales son incapaces de no interactuar entre ellos durante 14 días, están hechos para eso, así que me voy a quedar aquí piola y dejarlos hacer lo que siempre hacen para pasarme de un humano a otro”. Es un gran estratega, por lo menos. Y otro aspecto que la biología evolutiva puede ayudar a entender son los fenómenos de contagio a través de redes de interacciones. No solo de contagio biológico, también de ideas y de emociones. Como el pánico.

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¿Dirías que la competencia entre la razón y el pánico pone a prueba qué tan sapiens somos en estas circunstancias?

Es que la dicotomía entre emoción y razón no nos ha servido de mucho, porque ser sapiens también es tener emoción, no las puedes disociar. Y si bien hay que decir con mucho énfasis que, por favor ,no cedamos al pánico, porque nos cierra cognitivamente y trae consecuencias graves, reconocer el rol del miedo en nuestra historia es útil para entender lo que nos está pasando. El miedo existe porque ha servido para algo. Y el pánico al contagio, a lo infeccioso, es uno de nuestros miedos más atávicos. En parte, estamos vivos porque tenemos ancestros que alguna vez vieron a alguien muy enfermo y dijeron “uy, qué horror”, y se alejaron. O sea, es muy comprensible que el coronavirus nos aterre más allá del cálculo racional. Porque si fuéramos tan sapiens, tendríamos una planilla Excel en la cabeza que nos diría que es mucho más probable morir de enfermedades cardiovasculares. Y les tendríamos terror a las hamburguesas. Pero como arrastramos miedos atávicos, no tenemos los miedos bien calibrados. Les tenemos más terror a los aviones que a los autos, lo que estadísticamente es absurdo. Y le tenemos miedo a la sangre, a las arañas, a las culebras, mucho más que a un auto. Así que sentir este pánico al contagio es un poco inevitable. Pero tenemos que ser conscientes de él y regularlo, porque darle rienda suelta es peligroso.

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La experiencia, al menos, dice que las épocas de desastres muestran lo mejor y lo peor de la naturaleza humana. Lo que pasa es que la dicotomía entre cooperación y conflicto también es un poco engañosa. Las sociedades operan en muchos niveles de organización −el individuo, la familia, el barrio, la empresa, la nación, la sociedad global, etc.− y los ecólogos te van a decir que, para observar los fenómenos de la naturaleza es clave entender que en todos esos niveles hay cooperación y conflicto al mismo tiempo. Tú mismo eres un ecosistema -en tu cuerpo hay más bacterias que células humanas− dentro del cual hay muchos conflictos. Ahora, lo que sí tiende a ocurrir ante amenazas graves es que aumenta la cooperación en los niveles altos, los grandes bandos se agrupan. Y en las últimas semanas han surgido ejemplos de cooperación a gran escala, de coordinación colectiva, bastante interesantes. ¿Cuándo fue la última vez que la humanidad se agrupó bajo un mismo propósito, con la mayor parte de los humanos al tanto de eso? Pero también han saltado a la vista los conflictos de interés. Y la polarización política, por supuesto. Yo creo que nos serviría mucho, para tener una conversación más amigable, observar lo que está pasando con ojo de ecólogo, viendo sistemas complejos en acción.

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Jonathan Haidt, un psicólogo social al que es muy interesante seguir, cree que ahora vamos a cooperar más porque en los desastres aparece lo mejor de las personas, pero también está diciendo que estas situaciones incrementan el moral disgusto, el asco moral. Así como los miedos atávicos, la emoción del asco es parte de nuestro repertorio evolutivo. Y existe el asco físico ante lo que percibimos como cochinada, como las fecas, pero también tenemos asco moral, y eso es lo que está aflorando en muchas de estas peleas. Hay gente que dice “usted es un asco, quiere salvar la economía y no le importa la vida”, o al revés, “usted piensa en los enfermos, pero no le importa la cantidad de gente que va a quedar sin sustento, qué aberración”. Ese sentimiento de repulsión moral es muy humano.”

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